OPINIóN

Francisco y la Iglesia en transformación: cambios reales, gestos pendientes

El pontificado del primer Papa latinoamericano dejó huellas profundas en la estructura, el mensaje y la geopolítica del Vaticano. Pero muchas promesas quedaron en el plano simbólico y otras reformas aún reclaman mayor profundidad.

Foto de @carlos_brigo

Por Jeremias Giordano

Cuando Jorge Mario Bergoglio fue elegido como el Papa Francisco en marzo de 2013, el mundo asistió al inicio de un papado diferente. Hijo de migrantes italianos, jesuita y argentino, llegaba con una historia cargada de periferia y compromiso social. Y con esa impronta, emprendió un proceso de transformación dentro de la Iglesia Católica que no pasó desapercibido.

Una de las reformas estructurales más importantes fue la reconfiguración de la Curia Romana, plasmada en la constitución apostólica Praedicate Evangelium en 2022.

Francisco buscó descentralizar el poder, dar mayor protagonismo a las iglesias locales y abrir espacios a los laicos, incluso mujeres, en cargos de responsabilidad. También promovió una mayor transparencia financiera y enfrentó con decisión los abusos sexuales dentro de la institución, imponiendo nuevas normativas desde 2019 y sancionando incluso a figuras de alto rango.

En lo social y ambiental, Francisco aportó una mirada profundamente latinoamericana. Su encíclica Laudato si’ (2015) fue un grito urgente contra la destrucción del planeta y el modelo económico excluyente. En Fratelli tutti (2020) profundizó un mensaje de fraternidad y solidaridad global.

A eso se sumó una activa intervención en la política internacional: fue clave en la mediación entre Cuba y Estados Unidos (2014), condenó las guerras en Siria, y Gaza, y pidió en repetidas ocasiones desmilitarizar el mundo y abandonar “la lógica de la guerra”.

Su vínculo con América Latina fue especial. Fue el primer Papa en visitar Bolivia, donde participó en el II Encuentro Mundial de los Movimientos Populares en Santa Cruz de la Sierra, junto a Evo Morales, en julio de 2015.

Allí pronunció uno de sus discursos más radicales, donde denunció “el nuevo colonialismo del capital financiero” y se solidarizó con las luchas de los pueblos por tierra, techo y trabajo. Su cercanía con gobiernos populares de la región –como los de Lula, Petro, Cristina Fernández, Maduro, y Fidel– marcó una opción clara por los procesos que buscan justicia social desde la periferia.

Sin embargo, muchos de los avances de su papado se vieron limitados por tensiones internas y la propia estructura conservadora de la Iglesia. Las iniciativas para ampliar el rol de las mujeres se estancaron en lo simbólico: se discutió el diaconado femenino, pero no hubo cambios sustanciales.

En temas de diversidad sexual y de género, si bien permitió en 2023 la bendición de parejas del mismo sexo en ciertos casos, mantuvo una postura ambigua y reiteró críticas a la “ideología de género”, generando confusión y malestar en sectores progresistas.

También en lo litúrgico, sus decisiones —como restringir la misa tridentina en latín— generaron fuertes tensiones con sectores tradicionales, que lo acusaron de romper con la tradición. Francisco, sin embargo, insistió en una Iglesia que no se encierre en el pasado, sino que camine "junto a los dolores y esperanzas del pueblo".

Una deuda pendiente de su pontificado fue la relación con la memoria histórica en Argentina y América Latina. Si bien en varias ocasiones condenó los crímenes de las dictaduras del Cono Sur y pidió justicia por las víctimas del terrorismo de Estado, su propio rol durante la última dictadura argentina (1976–1983) siguió siendo motivo de controversia. Como provincial de los jesuitas en aquellos años, Bergoglio fue criticado por su falta de apoyo a sacerdotes comprometidos con las causas populares y por su aparente cercanía con sectores eclesiásticos que mantuvieron silencio frente a las violaciones a los derechos humanos.

Ya como Papa, Francisco impulsó algunos gestos de reparación, como la apertura parcial de archivos vaticanos a familiares de desaparecidos. Pero hasta el final de su pontificado evitó una desclasificación total de los documentos que podrían arrojar luz sobre la complicidad e inacción de la Iglesia durante aquellos años oscuros. Para muchos, se trató de una oportunidad perdida para avanzar en un proceso de verdad, memoria y justicia más profundo dentro del catolicismo.

El Papa Francisco fue un reformista limitado por el propio peso de la institución que lideró. Transformó, interpeló y agitó estructuras, pero dejó cuentas pendientes. Su legado es, al mismo tiempo, una apertura y un desafío: la posibilidad de una Iglesia más justa, más viva, más comprometida con su tiempo. Una Iglesia que ya no puede volver atrás, pero que todavía no ha llegado del todo a donde se propuso.

Papa Francisco Iglesia Católica Vaticano Reformismo