Corrientes se convirtió este fin de semana en el epicentro de una marea diversa. Más de 70.000 mujeres, lesbianas, travestis, trans, bisexuales, intersexuales y no binaries —según datos oficiales de organización y medios locales— recorrieron sus calles, escuelas y espacios públicos con voces encendidas.

Desde el 22 hasta el 24 de noviembre, la ciudad se transformó: 116 talleres temáticos, 79 instituciones habilitadas, 61 escuelas adaptadas como alojamientos, espectáculos culturales, debates, rituales y marchas.

Pero, para muchas, el latido más potente no estuvo en las aulas ni en la costanera; estuvo en la asamblea convocada bajo el nombre de Abya Yala. Ahí, la solidaridad continental se tradujo en símbolos: mantas aymaras, banderas mapuche, presencia de hermanas qom, guaraníes, nasa que viajaron desde distintos rincones de América Latina —unidas no sólo por el género o la identidad, sino por la historia compartida de opresión, colonización, luchas y memorias.

La asamblea no se limitó a celebrar. Fue espacio de denuncia y desafío. Se habló de redes de trata y prostitución sostenidas por complicidades estatales —un reclamo que cobran fuerza en una provincia sacudida por desapariciones. 

Se denunció la persecución a defensoras del agua, de los bosques, de los territorios ancestrales; la violencia estructural de género; las políticas extractivistas que siguen lastimando cuerpos y tierras. 

Fue, también, un momento de interpelación internacional: por primera vez en un Encuentro de esta magnitud, se desarrolló un taller bajo la consigna de “Resistencia Palestina”, denunciando el genocidio, la ocupación y la violencia que recae sobre mujeres, disidencias y pueblos originarios de Palestina.

El fuego no fue sólo un símbolo. La Asamblea de Feministas del Abya Yala sostuvo una llama que venía desde lejos: la memoria de las hermanas desaparecidas, la defensa de los territorios y la necesidad urgente de nombrar lo que otros prefieren silenciar. Lo que se abrió ahí fue un debate entre feminismos que buscan potenciar sus acciones en un momento en que los derechos vuelven a estar bajo amenaza. 

Un debate para superar las miradas hegemónicas que durante años resistieron el carácter plurinacional del Encuentro y la denuncia a las redes de trata y prostitución que operan con complicidades estatales, en una provincia atravesada por la no búsqueda de niñas y mujeres desaparecidas.

Hubo emoción, abrazos, diálogos interminables y denuncias que volvieron a poner en palabras el dolor y la furia: el extractivismo que arrasa cuerpos y territorios, el racismo estructural, el fascismo como amenaza concreta, la impunidad patriarcal que sigue respirando en cada institución. 

La solidaridad con Palestina se sintió con fuerza, especialmente en un taller que expuso el impacto del genocidio en mujeres y disidencias del pueblo palestino. El momento más conmovedor llegó con la presencia de Tilda Rabi, de la Federación Argentino Palestina, y de Celeste Fierro, integrante de la Flotilla de la Paz, acompañadas por compañeras de la colectiva transfeminista Sandía y militantes uruguayas de Voces Insurgentes.

Todo esto sucedió en un Encuentro que no fue fácil. El gobierno correntino obstaculizó hasta último momento el acceso a escuelas para alojamientos, talleres y actividades culturales. Sin embargo, la fuerza feminista logró abrirse paso entre los impedimentos y mantener viva la construcción colectiva.

En esa suma de gestos –las manos sobre el fuego, los cantos que nacen del vientre de América Latina, la persistencia frente a las maniobras políticas– se reveló algo más que un plenario: un territorio compartido donde las ausentes se nombran, donde las luchas se abrazan y donde el feminismo continental vuelve a encender su rumbo, incluso cuando intentan apagarlo.