OPINIóN

Las ideas que defiende LLA hechas medidas políticas profundizan problemas de salud mental

En el cierre de campaña en CABA, militantes libertarios exhibieron una bandera que decía: “El comunismo es una enfermedad del alma”. Pero es el neoliberalismo que ellos defienden el que genera las condiciones para el sufrimiento psíquico masivo. No es una provocación: es un diagnóstico.

Foto @sebasmok

Por Jeremias Giordano

Durante el cierre de campaña electoral en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, una imagen llamó particularmente la atención: una bandera libertaria, sostenida con orgullo por militantes del espacio, rezaba en letras doradas sobre fondo morado: “El comunismo es una enfermedad del alma”. El mensaje, brutal y provocador, no era solo un chiste o una consigna más entre tantas. Era una declaración de principios que condensa, con precisión cruel, la lógica de pensamiento que sostiene el proyecto político de La Libertad Avanza: el odio a lo colectivo, el desprecio por la solidaridad y la patologización de toda forma de organización popular. Fascismo.

Pero esa bandera no apareció sola. En ese mismo acto, los militantes libertarios ingresaron al predio con estandartes que emulaban los del Imperio Romano, uno de los cuales llevaba las siglas SPQA —una variación deliberada de SPQR (“Senatus Populusque Romanus”)— reinterpretado como “Senado y Pueblo Argentino”. La escena parecía salida de una fantasía imperial, entre cosplay y delirio restauracionista. Estos símbolos no son meramente decorativos: buscan anclar la identidad del movimiento en una estética de orden, jerarquía, verticalismo, grandeza imperial. El recurso al imaginario romano, al igual que la frase de la bandera, no apunta a debatir ideas, sino a producir una narrativa de superioridad moral y cultural que justifique la exclusión, la persecución y el desprecio.

Sin embargo, vale la pena devolver la pregunta: ¿Cuál es, en realidad, la enfermedad? ¿Quiénes la padecen y quiénes la propagan?

La Lic. en Psicología Julieta Sourrouille ofrece algunas respuestas. En un texto reciente, analiza cómo las condiciones sociales impuestas por el neoliberalismo —individualismo extremo, consumismo, aislamiento, precariedad laboral y afectiva— generan nuevas formas de sufrimiento psíquico. No se trata solamente de diagnósticos clínicos: se trata de vidas devastadas por un sistema que erosiona vínculos, destruye proyectos y convierte el dolor en una experiencia solitaria e inabordable.

“El dolor país —escribe Sourrouille— se mide también por una ecuación: la relación entre la cuota diaria de sufrimiento que se le demanda a los habitantes y la insensibilidad de quienes son responsables de buscar una salida menos cruenta.” No es casualidad que en este escenario se disparen los casos de estrés crónico, ataques de pánico, trastornos de alimentación y angustias intramitables. Tampoco es casual que muchos de estos síntomas emerjan en los sectores más golpeados por la crisis y más expuestos al mensaje de la meritocracia cruel que repiten los libertarios.

La lógica del “sálvese quien pueda” no solo no cura, sino que enferma. La exaltación del libre mercado como única forma de organización social deja a los sujetos sin recursos simbólicos ni comunitarios para procesar el sufrimiento. Y ante ese vacío, aparecen los discursos autoritarios como falsa promesa de orden, identidad y pertenencia. De ahí los estandartes romanos, los eslóganes fanáticos y el odio como pegamento afectivo.

Pero ante esa ofensiva, también existe otra posibilidad: la de una salud mental que no se limite a medicalizar síntomas ni a individualizar problemas, sino que proponga formas de recomposición colectiva. Dice Sourrouille que solo a través de propuestas comunitarias es posible “producir una nueva forma de subjetivación que permita disminuir la alienación y cambiar el déficit subjetivo individualista por un superávit comunitario solidario”. No hay salud mental posible sin tejido social, sin red, sin comunidad.

La bandera libertaria decía que el comunismo es una enfermedad. Pero si algo demuestra el análisis clínico y social, es que la verdadera enfermedad son las ideas que ellos defienden. Y no es un insulto. Si las condiciones que generan sufrimiento psíquico son estructurales, entonces las ideas que las justifican y perpetúan son patógenos. No es una provocación: es un diagnóstico.

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