DíA DEL PERIODISTA
Ser periodista en la era Milei: la hostilidad del poder y la trinchera autogestiva
El Día del Periodista en Argentina encuentra este año a quienes ejercen el oficio en un contexto de abierta hostilidad por parte del poder político nacional.
Por la redacción de Nueva Mirada para las y los trabajadores de prensa
No es sólo una situación de precarización laboral, que persiste y se profundiza; se trata también de una persecución simbólica, discursiva y material contra el periodismo que no se alinea con el discurso oficialista. Javier Milei, desde su asunción como presidente, ha elegido convertir al periodismo crítico en enemigo público, con una narrativa de odio que busca deslegitimar al oficio como tal.
A diferencia de otros momentos de tensión entre gobiernos y medios, el ataque de Milei tiene una particularidad: no es contra un grupo corporativo o una línea editorial específica, sino contra la idea misma de que el periodismo es una herramienta necesaria para la democracia. La estigmatización constante, los insultos en redes sociales, las cadenas nacionales improvisadas para ridiculizar a trabajadores de prensa, son parte de una estrategia que pretende horadar la legitimidad de quien pregunta, denuncia, investiga o narra lo que el gobierno no quiere que se sepa.
Esta estrategia se complementa con un vaciamiento de los medios públicos, la eliminación de fondos y organismos que sostenían parte del entramado comunicacional del país, como la agencia Télam, cuya desaparición representa una pérdida simbólica y práctica para el periodismo federal. No es sólo ajuste: es censura económica.
En ese marco, el trabajo de prensa no sólo se precariza, sino que se criminaliza. Como ocurrió durante la brutal represión a jubilados frente al Congreso, donde el fotógrafo Pablo Grillo fue herido por la policía. Golpear a un trabajador de prensa no es un “exceso” de las fuerzas de seguridad: es un mensaje. Un mensaje que dice que el relato oficial no admite grietas, ni lentes, ni micrófonos incómodos.
Frente a esta avanzada, se hace indispensable recuperar el sentido profundo del oficio. No se trata solamente de periodistas, sino de trabajadores de prensa. Como planteaba Rodolfo Walsh, se trata de asumir el periodismo como un "violento oficio" que no se limita a narrar la realidad, sino que se propone intervenirla, disputarla, transformarla desde una conciencia de clase.
El trabajador de prensa no es una figura neutra ni debe serlo. Es alguien que, con su oficio, pone en crisis el discurso del poder. Que se planta con una cámara, una grabadora, una columna, o una publicación en redes, en defensa del derecho colectivo a la información. Un derecho que no puede depender de algoritmos, de plataformas privadas ni de la voluntad de los gobiernos.
Esta figura del trabajador de prensa se vuelve más clara aún en las experiencias autogestivas, cooperativas y alternativas que, a lo largo del país, y especialmente en provincias como Corrientes, sostienen una forma de hacer periodismo desde abajo. Sin la espalda de grandes empresas, sin blindaje publicitario estatal, y muchas veces enfrentando el doble cerco: la precarización estructural y el ninguneo oficial.
En Corrientes, la concentración de medios y la distribución discrecional de la pauta publicitaria son formas de disciplinamiento que impactan con especial dureza sobre los medios autogestivos. La pauta, más que un mecanismo de apoyo, funciona como una herramienta de control. Se premia la docilidad, se castiga la crítica. Y los medios que no encajan en ese modelo son condenados a la invisibilidad.
Esta lógica no es nueva, pero se agudiza en el contexto actual. La concentración mediática no solo reproduce voces hegemónicas: ahoga alternativas. Y en una provincia con índices altos de pobreza y desigualdad, el acceso a otras narrativas, otras miradas, es también una forma de justicia.
Por eso, el periodismo alternativo en Corrientes no es sólo resistencia: es propuesta. Espacios como Nueva Mirada y muchos otros proyectos autogestionados no sólo informan, también construyen comunidad. Forman nuevos públicos, generan redes de contención y participación, y mantienen viva la posibilidad de que el periodismo sea también un acto colectivo.
Estos medios trabajan con pocos recursos, muchas veces sin pauta, con tareas multiplicadas y escaso descanso. Pero ofrecen algo cada vez más escaso en el ecosistema mediático: compromiso con los territorios, con las luchas sociales, con los derechos humanos. No se trata de idealizar, sino de reconocer un trabajo que muchas veces se hace desde el límite, y sin embargo sostiene una ética.
A su vez, los nuevos formatos y lenguajes también entran en disputa. En tiempos donde la inmediatez se impone como valor supremo, y el contenido se mide en clics, vistas o “engagement”, lo que está en riesgo no es sólo el contenido, sino la posibilidad misma de pensar. La forma de comunicar condiciona el sentido de lo que se comunica, y cuando se impone el espectáculo sobre la reflexión, el periodismo pierde su potencia transformadora.
Frente a esa lógica, los trabajadores de prensa que eligen formatos alternativos —podcasts, coberturas en vivo, redes, videos breves— como herramientas de intervención crítica, están también dando una batalla cultural. No es solo qué se dice, sino cómo se dice, desde dónde se dice, y a quién se le habla.
En este escenario, el desafío no es solo resistir, sino crear. Sostener medios, construir redes, generar alianzas, disputar sentidos. Y sobre todo, no ceder en el intento de transformar la realidad desde la palabra, la imagen, la denuncia y la propuesta.
Porque el periodismo no es un lujo. Es una necesidad democrática. Y quienes lo ejercen con responsabilidad, compromiso y conciencia, merecen algo más que hostilidad: merecen condiciones dignas de trabajo, reconocimiento social y libertad plena para ejercer su tarea.
En el Día del Periodista, no alcanza con recordar a Mariano Moreno o a Walsh. Hay que mirar a quienes hoy, en cada rincón del país, sostienen un celular tembloroso en medio de una represión, editan una nota a la madrugada después de su otro trabajo, publican una crónica sin esperar más recompensa que la circulación de la verdad.
A esos trabajadores y trabajadoras de prensa, que en Corrientes y en todo el país siguen ejerciendo el oficio con dignidad, les cabe el reconocimiento más profundo. Porque su labor no es solo informar: es también construir una sociedad menos injusta.
En tiempos de odio institucionalizado y cinismo gubernamental, hacer periodismo con compromiso es un acto de rebeldía. Y también, de esperanza.
¡11 AÑOS MOSTRANDO VOCES DIFERENTES! #ObjetivosPeroNoImparciales