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Investigación pone el foco en los agronegocios como causante de la malnutrición

Una investigación de la Unne señaló que los agronegocios, no solo obligó a familias a abandonar el campo, sino que es una de las principales causas de la mala alimentación.

Foto: Germán Pomar

Una investigación realizada por la magíster, Silvia Sánchez, reveló que los agronegocios expulsaron a miles de familias campesinas a villas miserias de las ciudades. Y, además, son parte fundamental de la oferta alimentaria industrializada. Ambas causantes de la malnutrición que existe en la región.

Silvia Sánchez es docente de la Licenciatura en Gestión y Desarrollo Cultural en la Facultad de Artes, Diseño y Ciencias de la Cultura de la Universidad Nacional del Nordeste (Unne). El título de la investigación es “Los cuerpos del monocultivo. La articulación de los agronegocios, la medicalización y los cuidados de las infancias con malnutrición en Presidencia Roque Sáenz Peña”.

El estudio se realizó en la localidad del centro de la provincia de Chaco, y cuenta con más de 100.000 habitantes.

La investigación permitió comprobar que muchas de las familias que residen actualmente en barrios periféricos de Presidencia Roque Sáenz Peña hace unos años vivían en las colonias agrícolas lindantes. La forma en que se han trasformado los territorios a partir de la agricultura intensiva ha desplazado a muchas familias de los campos. 

“Allí, por más carencias que estas padeciesen tenían acceso a proteínas de calidad (como huevos, leche, carnes), podían autoproducir sus alimentos”, comentó la autora de la investigación.

En la economía chaqueña convergen el avance de la soja con la concentración de la tierra, cambios en la escala productiva y el auge de las commodities. 

Afincados en la periferia, las familias no solo viven en barriadas adonde la infraestructura no es adecuada (deficiente acceso al agua potable, falta de tendido cloacal), sino que además el acceso a alimentos se determina por el ingreso al mercado laboral, generalmente en trabajos informales y mal remunerados.

“La oferta alimentaria industrializada (que es parte de la cadena de los agronegocios), por otra parte, ofrece gran cantidad de calorías, grasas y azúcares, pero escasos micronutrientes”, afirmó Sánchez. 

“La ecuación se cierra en el aumento de casos de desnutrición en los primeros años de vida, y, sobrepeso y obesidad luego. La desnutrición aumenta la morbimortalidad por inmunosupresión. El sobrepeso y obesidad se asocian con enfermedades crónicas no transmisibles: diabetes, hipertensión, cardiopatías, algunos tipos de cánceres”.

De acuerdo a lo detallado en la investigación, en los comedores escolares, como parte de ciertas políticas alimentarias, se brinda a niños/as y adolescentes alimentos fortificados, deshidratados, con suplementos vitamínicos, conservantes. Alimentos listos para consumir con “solo agregarles agua y hervir”. 

“Estos alimentos muchas veces no suelen ser del agrado de los niños/as y adolescentes por su sabor “metálico”, “fuerte” y por lo tanto no son consumidos. Sirven coyunturalmente, en el mejor de los casos, para aliviar el hambre, pero, por sus características, son parte de la oferta de la industria alimentaria global”, dijo Sánchez.

Con suficiente información recopilada y analizada, la investigadora consideró que el problema “tanto en el abordaje sanitario como en las políticas alimentarias, radica en la abstracción de los individuos de sus contextos, sus dinámicas sociales y territoriales. No poder ver adónde y cómo viven ni sus preferencias y saberes culinarios”.

Si la responsabilidad por la “desviación” por haber “fallado” en el tratamiento recae solo en los individuos, existe un problema en los dispositivos sanitarios y las políticas públicas alimentarias. 

“En el caso de la malnutrición en niños/as son las madres a quienes se responsabiliza en mayor medida. Son receptoras así de una doble violencia porque ellas mismas no pueden cuidarse en contextos de marcada desigualdad y violencia y porque además son culpadas por no poder proporcionar cuidados a sus hijos”, explicó.

Este tipo de trabajo permite poner en el tapete algunas cuestiones, como por ejemplo, ¿quiénes toman las decisiones sobre la alimentación?

“Cuando la brecha entre quienes producen los alimentos y quienes los consumen se agiganta, las decisiones sobre la alimentación las toman las grandes empresas transnacionales de alimentos y los modelos productivos predominantes llegan al plato”, sostuvo Sánchez. 

La autora añadió que “con la intensificación de la producción, la pérdida de biodiversidad y el uso de agrotóxicos, se pierden nutrientes porque los alimentos se estandarizan ocasionando en amplios sectores de la población los ‘gordos del hambre’”.

Si hace unas décadas, más allá de la pertenencia social, las comidas se pensaban de manera similar, hoy existen al menos dos patrones alimentarios, los pobres comen más pan, papas, cereales, menos frutas y hortalizas, carnes saciadoras, en cambio, los ricos comen exactamente al revés: mucha carne, lácteos, frutas y hortalizas, pocos cereales y tubérculos, como ya lo estudió Patricia Aguirre.

Finalmente, al considerar el aporte de la investigación, Sánchez consideró que este abordaje desde la sociología de los alimentos y los nuevos estudios críticos sobre las infancias ayudará a comprender el complejo escenario en el que intervienen la alimentación, la presión de los mercados, las empresas productoras de alimentos, el marketing y el lobby político empresarial.

Sánchez actualmente se encuentra finalizando el Doctorado en Ciencias Sociales y Humanas (Universidad Nacional de Quilmes).

Integra como investigadora el Proyecto de investigación “Conflictos, violencias y subjetividades. Estudios sobre las dinámicas re reproducción social en el NEA contemporáneo y, el proyecto I+D El poder de la dieta: una respuesta sociológica a las desigualdades nutricionales. El caso de la Súper Sopa en el contexto obesogénico (UNQ)”, dirigido por el doctor Luis Blacha.

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