ENTREVISTA

Femicidio de Florencia Gómez: “el móvil fue su militancia contra la trata y narcotráfico”

Este sábado 12 de octubre se cumplieron 4 años del femicidio de Florencia Gómez en la ciudad de San Jorge, Santa Fe. Florencia era militante de la Federación Juvenil Comunista y Nueva Mirada pudo entrevistar a Lisandro Schiozzi, quien es el padre de sus dos hijas y fue su camarada de militancia.

NM- ¿Quién era Florencia Gómez para la comunidad de San Jorge? 

Flor era una militante destacada en San Jorge, era el motor de nuestra fuerza, con un gran carisma y capacidad para organizar y nuclear personas de diferentes sectores sociales. Tenía una conexión especial con las mujeres, generando confianza y compromiso en sus acciones. Estaba en camino de convertirse en responsable del área de género de la ciudad y luego ser legisladora para el 2021, mostrando un gran futuro político. 

 Su trabajo en favor de los derechos de las mujeres y su oposición a la trata y el narcotráfico fueron motivos posibles del crimen en su contra

Su incansable dedicación para activar a su comunidad, y luchar contra problemas sociales eran su vitalidad. Reunía a las personas, les decía qué era lo que tenían que hacer cada una, y los respaldaba además con el trabajo. Flor no mandaba hacer nada que no pudiera hacer ella, que no se animara a hacer ella, tenía palabra y esa palabra la respaldaba con hechos.

Era una activista comprometida que luchaba contra la trata de personas, el narcotráfico y abogaba por el aborto legal, seguro y gratuito; y era abolicionista. Su trabajo en favor de los derechos de las mujeres y su oposición a la trata y el narcotráfico fueron motivos posibles del crimen en su contra. 

NM- ¿Quién/que es el responsable del femicidio de Florencia?

Y habría estado organizando opciones para erradicar el delito y rescatar a personas de la situación de trata, lo que puede haber sido percibido como una amenaza por esos sectores. 

Creo que el femicidio de Flor podría estar relacionado con su militancia política y su trabajo en la comunidad, donde desafió a sectores de poder como el narcotráfico y la trata de personas, estoy seguro. A medida que Flor se convirtió en una figura más activa, tuvo contacto con personas en situación de trata con fines de explotación sexual.

Considero que eso podría haber despertado la agresión de estos grupos. Flor tenía una capacidad de transformar y ayudar a otros, y habría tenido información respecto al ejercicio de la trata con fines de explotación sexual en la ciudad. 

Y habría estado organizando opciones para erradicar el delito y rescatar a personas de la situación de trata, lo que puede haber sido percibido como una amenaza por esos sectores. 

Con respecto al narcotráfico, nuestras actividades tenían que ver con trabajo territorial los fines de semana. Teníamos información de lugares específicos en los cuales personas que se dedicarían al narcotráfico operaban, esto fue lo que hizo de Flor un blanco para grupos que quieren que este tipo de delitos continúen. 

NM- Después de 4 años y sin saber nada ¿Qué pensás del poder judicial y de la policía?

Mi experiencia con el poder judicial de Santa Fe y la policía en relación a la investigación es de frustración por la falta de formalidad y respeto en el proceso judicial.

Una vez me convocaron sin una citación oficial, la policía fue a querer llevarme de mi casa a hablar con el fiscal, les pedí una citación y que iba a ir por mis propios medios. A pesar de haber colaborado con anteriores declaraciones, me sentí presionado y maltratado por la policía. No sólo yo, el pueblo entero sabe que ellos filtraban información falsa, cumplían con la parte del plan de embarrar la cancha. Son conscientes y cómplices de actividades criminales.

NM- ¿Cómo se vive después del femicidio de Flor? 

La vida como comunista en un entorno con poderes oscuros implica vivir bajo constante vigilancia y temor. Se trata de superar el miedo a la represión y la coacción, impulsando la solidaridad y la justicia. El femicidio de Flor es usado por el enemigo para recordarnos de los riesgos que enfrentan quienes luchan por un cambio, pero también fortalece nuestro compromiso de dar voz a los oprimidos y desafiar el sistema tradicional político. En este contexto, aprender a defenderse y organizarse es vital para sobrevivir y seguir adelante. 

Después del femicidio de Flor, se ha reflexionado sobre la necesidad de reconstruir la política en torno a sus sueños colectivos. Esto incluye luchar por la justicia y promover el bienestar de todos, especialmente de las mujeres, fomentando una sociedad más equitativa y libre. Se plantea la importancia de revisar errores del pasado, adaptar tácticas y seguir avanzando a pesar del adversario. En lugar de rendirse, la estrategia sería reagruparse, continuar luchando por los ideales de Flor y generar conciencia en la sociedad para crear un mundo mejor. La confianza en la capacidad del pueblo para construir un cambio es fundamental en este proceso. 

Relato de la 24hs de Lisandro Schiozzi después del femicidio de Flor narrado por el mismo

Sentado en el comedor del departamento de un amigo, me encuentro hablando de lo que pasó. También hablo de otras cosas, supongo que trato de distraerme. De manera amable, las personas que me acompañan siguen el hilo de la conversación. 

El cansancio llega y aunque mi cabeza no para de pensar, alguien se acerca y me pide que intente dormir un poco, porque al día siguiente debo despertarme temprano. Con el alma herida, logro descansar un par de horas, hasta que la alarma suena y confirma que lo ocurrido no fue una pesadilla. 

El día anterior, después de almorzar con mis hijas, fuimos al patio de mi casa. Jugamos y esperamos a Flor, su mamá. Pasó el tiempo y el horario que habíamos acordado que las buscaría, por eso decidí escribirle. El mensaje nunca le llegó. Hice entonces algunas llamadas a su celular, pero nadie me atendió. Revisé mi teléfono y vi que tenía el mensaje de una persona que decía conocer a Flor.

Supuestamente había quedado en encontrarse con ella cuando volviera de caminar, y me manifestó estar preocupada. Al terminar de leer el mensaje de esta persona hice lo que creí lógico. Llamé a algunos amigos que teníamos en común con Flor, pero nadie me supo decir nada sobre ella. 

Así que, un poco inquieto, le dije a mi mamá que iba a salir y se quedó cuidando a mis hijas. Mi preocupación empezaba a crecer. Logré contactarme con un amigo y coordinamos encontrarnos en casa de Flor. Cuando llegué, vi que su auto estaba afuera, estacionado sobre la vereda, con las ventanillas bajas. Daba la impresión de que estaba en su hogar. A lo mejor se había quedado dormida. Golpeé despacio la puerta del frente y nadie abrió. Intenté entrar por atrás, pero comprobé que no estaba. 

El camarada que me acompañaba me dijo que Flor salía a caminar con una amiga, entonces fuimos hasta su casa. Cuando dimos con esta muchacha, nos atendió dentro de su vivienda, le preguntamos por Flor y nos dijo que no la acompañó a caminar ese día, entonces nos indicó el recorrido que siempre hacía. 

Salí rápidamente mi bicicleta hasta Avenida Norte en dirección a la ruta 13 con la intención de cruzar la ruta y continuar en línea recta por un camino rural que dividía una planta cerealera y la usina de la empresa provincial de energía, como lo hacía caminando Flor, pero no pude seguir porque la entrada del camino se encontraba custodiada por un agente de tránsito y su móvil. 

Atrás de ella, el camino de tierra por el que Flor caminaba, pero a lo lejos, en cambio, pude ver una tráfico blanca, creo que algún vehículo más y unas personas que podían ser o no policías. Le pregunté a la compañera qué sucedía, por qué no se podía pasar y no respondía nada concreto.

Repetía una y otra vez que no debía decir nada. Le insistí porque me invadía una sensación horrible, me costaba respirar normalmente, estaba muy nervioso, así que con dificultad le dije, te lo pido por favor, estoy buscando a la mamá de mis hijas, no aparece. 

Debí haber tocado una fibra sensible en ella porque respondió, solo te puedo decir que encontraron a una mujer muerta. Mi mundo se derrumbó con esa frase, comencé a mirar el cielo, a suplicar en voz baja, le pedí a Dios que no se tratase de Flor, le suplicaba también a Flor que me llamara, que me dijera cualquier cosa, yo solo quería escuchar su voz y saber que estaba bien.

El sol esa tarde quemaba, pero yo solo sentía un inmenso dolor en el corazón. Repetía una y otra vez, por favor, Flor, llamame. Continué de pie llamando a familiares, amigos, a camaradas, y algunos comenzaron a llegar. La tarde maduraba, el sol seguía quemando. Delante mío, el camino de tierra, y el operativo a lo lejos. 

Cada tanto, un oficial venía y me preguntaba el número de teléfono de Flor, y yo respondía el que tenía grabado en mi memoria. Así continuó todo. Tal vez, de manera ingenua, yo sostenía una pequeña luz, una pequeña esperanza de que Flor estuviera con vida. 

A mi alrededor pude ver muchas caras, muchas miradas, algunas de tristeza, otras de sorpresas. Todos se mantenían con cierta distancia del camino, como cautos del miedo. De repente, nuevamente un oficial de la policía de investigación me llama. Recuerdo su rostro, su mirada fría, su frente amplia. 

Este personaje me hace una pregunta diferente. ¿Tu señora tiene un tatuaje en la espalda? Me dijo. Sí, le respondí. Tiene dibujada una hada en uno de sus hombres. Juro que recuerdo haber visto una sonrisa cuando me contestó. Es ella. Después se fue. El dolor era insoportable. Las plegarias se apagaron. Pensé en ella, y en mis hijas. ¿Cómo iba a mirar a Frida cuando me preguntara por su mamá? Tenía solo cinco años. ¿Y qué le podía responder a Camila cuando quisiera salir a recibir a su mamá? Solo tenía dos años y tres meses. 

Derrotado. Herido. Me dejé caer en el pasto y me agarre la cabeza, pero entre lágrimas volví a incorporarme, volví a caminar. Unos minutos después, sale un automóvil del camino y el conductor me hace una seña con la mano. Era el comisario de la policía de investigación, me pidió que lo acompañe a la comisaría a hacer el primer interrogatorio y la tarde ya se estaba terminando. 

El proceso de preguntas duró un par de horas, me pidieron que deje mi celular y antes de irme ingresé a otra habitación. Alrededor de mi escritorio había tres oficiales de la policía con diferentes rangos, se presentaron, me extendieron la mano y me hicieron una petición, que les pidiera a las personas que estaban afuera que se mantuvieran con calma. 

Cuando salí de la comisaría, la noche abrazaba a las personas que estaban convocadas alrededor de un fuego que rugía y les abrigaba e iluminaba los rostros llenos de tristeza. Un grupo de compañeras, amigas de flor, tocaban instrumentos de percusión y entonaban un canto, un ritual que amaba realizar mi camarada. 

La música encausaba el dolor, expresaba el primer sentir, el llanto, el consuelo en un abrazo, en muchos abrazos. Recuerdo sentir la necesidad de pronunciar algunas palabras por Flor, lo hice desde el corazón de un hombre destruido totalmente, luego tomé asiento en diferentes lugares, les compartí mis primeras conclusiones a una compañera, tal vez era pronto para hacer ese ejercicio pero no podía permitir que mi mente olvide todo lo que pasó, de qué manera se fue gestando y en qué contexto. 

Después de hablar, de llorar, después de tener un poco de contención, decidí pasar lo que quedaba de la noche en lo de un amigo. Mi corazón estaba destrozado, y no tuve el valor de volver y ver a mis hijas, porque yo no quería destrozar también sus pequeños corazones. 

El 12 de octubre del año 2020, mi jornada empezó trabajando en la tierra de la huerta comunitaria del barrio San Martín, en San Jorge. Las medidas impuestas para apaciguar la pandemia comenzaban a flexibilizarse, y con Flor veíamos ahí la oportunidad de reajustar nuestro trabajo militante para apuntalar y fortalecer nuestro partido en la ciudad y en la región. 

Con ese objetivo habíamos quedado en reunirnos por la tarde. Ese día, Flor llegó a mi casa con nuestras hijas, que bajaron de su auto verde, la saludaron con un beso, hablamos un poco y se fue. 

Era la última vez que la vimos con vida, era la última vez que escuchamos su voz. Flor se alejó en su auto por la calle Catamarca, y llegando a la esquina de Artigas, un joven conocido por nosotros dos, parado con una bici, la vio pasar. 

Con Flor compartimos muchos sueños. Sé la proyección que esos sueños tienen, sé que nuestra militancia era intencionalmente menospreciada y descalificada por el mensaje que sembraba en nuestro pueblo. Nos conocimos organizando a personas para equilibrar un poco la balanza del lado de los que no tienen voz o no son escuchados, mejor dicho. Flor tenía tomado una posición firme frente a la sociedad. Eso molesta a muchos, los enoja, les genera odio.

Sobre todo cuando se trata de una mujer dueña de una voz profunda, llena de potencia, una voz que no calla y que es escuchada y respetada. Por esa principal razón, entre otras que yo no voy a detallar ahora, es que considero que su femicidio no fue al azar. 

Desearía que no se intente conformar a quienes piden justicia metiendo detrás de las rejas algún peón golondrina. Lo digo por fantasear algún mal ejemplo. Todavía sueño, después de cuatro años que no fueron muy amables conmigo, después de meses dolorosos, de días difíciles y horas y horas de tormento, poder concretar esa reunión con Flor. 

Quisiera agradecerle por esas dos lucecitas que me dejó, que tienen su mirada y su sonrisa. Desearía decirle muchas cosas. Que su fuego sigue encendido en nuestros corazones y que yo sigo enamorado de la causa de la revolución. El único sueño por el que vale la pena vivir y dar la vida. Ese sueño por el que luchamos juntos. 

María Florencia Gómez, presente, ahora y siempre.

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